17 mayo 2006

Tarde

Era una hermosa historia. Aquel libro me hacía soñar, volar, crecer... cada una de sus letras llevaba una parte de mí, impronta imborrable en sus páginas de pergamino.
Me obligaste a cerrarlo de golpe. Tenías prisa por devolverlo y conseguir uno nuevo. Sin aliento apenas intenté acabar de leer las palabras finales. La última era aterradoramente sincera: Fin. No podía ser otra. La susurré en voz baja, pero no dejaba de resonar en mis oídos como un mandato. Sabía lo que tocaba, colocar tu libro en su lugar en la biblioteca, y dejar que el tiempo desdibujara su título. El anciano maestro de los relojes hizo su trabajo a la perfección, y ahora regresas...
Pretendes hacerme leer de nuevo la novela que yo cerré para siempre. Tarde. Paso sus hojas como una autómata, incapaz de revivir los cálidos sentimientos que una vez me inspiraron. Las marcas que dejé en ellas se me hacen unas extrañas. Fuiste tú quien me lo arrancó de las manos tan bruscamente, y el vínculo se rompió. Ya no es mi letra, no son ya mis palabras. La magia que desprendían ha desaparecido.
No puedes reprochármelo, tú quisiste que así fuera.

2 comentarios:

penyaskito dijo...

Nunca es tarde si la dicha es buena.

Anónimo dijo...

He visto ojos ancianos en personas de 11 años, he visto ojos jovenes en personas de 60. He visto niñez en la madurez y madurez en la niñez. Quién decide cuando es tarde, si el tiempo es relativo y la Verdad es Eterna?