19 septiembre 2006

Está sola frente al portal. Lleva toda la tarde y gran parte de la noche allí, de pie, apoyada contra la pared. Esperando. No es su casa, ni la casa de ninguno de sus amigos, de hecho, no tiene ni idea de quien puede vivir allí, si es que vive alguien.
Salió sin rumbo. Necesitaba aire, un espacio abierto, pero terminó caminando por calles angostas. Eso sí, vacías. Se sentía sola, y le encantaba. No había nadie a quien hablar, nadie a quien escuchar, nadie con quien reír, nadie por quien llorar. Avanzaba sin prisa, aspirando los aromas a tragedia y romance que desprendían las viejas piedras.
Encerrada entre los muros de los edificios vecinos se alzaba una casita de sueños. Antes incluso de llegar, sintió que quedaba atrapada. No fue el muro de hiedra, aunque la hechizó. No fue la reja con su invitación a traspasarla. Tampoco fue la inscripción sobre la entrada ni la gran puerta de madera, que le hablaron de ilusiones y esfuerzos. Fue la sombra que creyó ver tras sus ventanas, y el reflejo que apenas reconoció en el cristal. Retrocedió hasta la pared del lado opuesto de la calle.
Durante horas ha estado escuchando lo que aquella casa quería decirle, la historia que ha custodiado celosamente aguardando a quien la sepa comprender. Ahora llora en silencio, ella entiende, entiende y sabe que se han abierto muchas puertas que había sellado. La tristeza la llena de esperanza. Siente de nuevo. Un sólo pensamiento la invade por completo.
Si cierro los ojos y lo deseo con fuerza... ¿vendrás junto a mí?

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